miércoles, 16 de marzo de 2011

Fray Casiano

Refitolero sin panza
de los que pocos se dan
seco, enjuto, a semejanza
de un santo de Zurbarán.
Era un capuchino a ultranza,
 franciscano "quinto dan",
repartía la pitanza
siempre con  serio ademán.
Un lego a la antigua usanza,
un auténtico azacán.
Aún escucho su zancada
por el pasillo central
de la sala abarrotada
del refectorio frugal
bajo la hambrienta mirada
del rebaño colegial;
la mano al cazo agarrada,
reluciente el delantal
y la gran olla colmada
del potaje conventual. 
El menú poco variaba;
como en las fondas añejas
patatas, alubias, habas
y pedregosas lentejas,
si alguno refunfuñaba
"si no las quieres las dejas"
La legumbre allí reinaba
que no eran tiempos de almejas,
yo, como era un tragaldabas,
me comía hasta las quejas.
Después, en segunda pasa,
Fray Casiano,"calderón",
así le puse yo en guasa,
repartía la ración
que era magra, por escasa,
y no magra de jamón
ente invisible en la casa.
Solo el alto escalafón
lo cataba, que la masa
ni con la imaginación
De las viandas de Casiano
 merece especial mención
el "manjar del altiplano"
que nos mandaba Perón:
albóndigas de peruano
guanaco de importación.
Le costaba al escolano
masticar tal"munición",
podía jugarse a mano
con ellas en el frontón.
Y, para postrimería, 
con la pera y la manzana
mermelada en demasía
y dulce el fin de semana.
Nadie sostener podría
que no era comida sana,
para el tiempo que corría,
la pitanza cotidiana
que Fray Casiano servía
aunque parca y espartana.
Fray Casiano que hoy estás
en el Cielo, por tu hombría
y tu entrega a los demás,
de la refitolería
fijo allá te encargarás,
y a Dios, Jesús y María
y a los Santos servirás
el manjar de la ambrosía
plato que no hará jamás
Ferrán Adriá y compañía.

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