miércoles, 16 de marzo de 2011

Benjamín de Legarda

Aún retengo en mi magín
en mi memoria se guarda
!igual que en un camarín¡
la imagen no muy gallarda
de aquel padre Benjamín,
hijo egregio de Legarda.
Parecía un querubín,
de los que Murillo pinta,
barbilindo y gordinflón
su estatura tan sucinta
cuan amplia su erudición;
nos hacía sudar tinta
con la lengua de Platón.
!Cómo nos urgía a andar,
cruzando llanos y montes
en la Anábasis sin par
del penoso Jenofonte
hasta poder divisar
por fin, en el horizonte
!!Tallasa¡¡ !!Tallasa¡¡ el mar.
Sus filípicas resuenan
aún en mi laberinto;
si nace en tierras helenas
allá por el siglo quinto,
sienta cátedra en Atenas
en Esparta o en Corinto,
pero con su tipo, apenas
turbaría el bajo instinto
de hetairas o de sirenas.
Aunque nació en la vertiente
más benigna del Perdón,
nunca se mostró indulgente
en la calificación;
jamás dio un sobresaliente
ni a la más lúcida mente
ni al más plúmbeo empollón.
Exigía tal nivel
y capacidad tan alta
que, rayando en lo cruel
( como hacía Angel Peralta
con su víctima,el burel )
nos rejoneaba con faltas
y suspensos a granel.
Por lo que me atañe a mí,
poco más que el alfabeto
del idioma de Epicteto
 en sus clases aprendí;
la ardorosa verborrea  
de Demóstenes fue un reto,
 una hercúlea tarea
imposible para mí.
Con aquel "frailín" inquieto
al que bendijo Atenea 
y Adonis le puso veto,
sacar un siete discreto
! era toda una odisea ¡ 
Pero con todo y con eso
como parecía un niño
con su bigotillo espeso
y su garboso corpiño,
a pesar de ser un hueso
yo le tenía cariño,
de verdad, os lo confieso.
 !Un beso, Benjamín, niño...
y, !Gora el Peloponeso¡ 

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