jueves, 24 de noviembre de 2011

El hijo pródigo

Olvidando lo mal que lo pasara
añoraba la vida aventurera,
el perfume sutil de la ramera
los festines, las juergas, la algazara.
El no nació para pastor ni para
el campo agotador. Ya treintón era
y esta vez miraría la cartera;
el triunfo le esperaba; no la piara.
Cuando el padre finó dejó la aldea
tras vender al mayor tierra y ganado
y en lejanas ciudades de Caldea
se dio otra vez al vicio y al pecado.
Arruinado de nuevo en su odisea
 murió debajo un puente, alcoholizado.

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