martes, 1 de noviembre de 2011

Abelardo

Le asalta a veces en la paz monástica
la pesadilla de su castradura;
la imagen le desvela y le tortura
con nitidez inmarcesible y plástica;
el bálsamo sutil de la Escolástica
mitiga escasamente su amargura,
y en el silencio monacal perdura
aquella risa del sayón, sarcástica.
Pero un ángel le alivia y le revive,
como otro al Salvador consolaría.
murió el sexo del monje, pero vive
el amor, que es más que fisiología :
en el retiro de la celda escribe,
por enésima vez, " Eloísa mía..."

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