Fecundado del balón,
parió el monte madrileño
un ridículo balón
que se llamó Butragueño.
Nunca un héroe más pequeño
tuvo más admiración,
nunca la exageración
tuvo abono más taifeño.
y es que Madrid sin un dios
fea al espejo se mira
y de un ídolo va en pos,
aunque sea de mentira:
Madrid necesita un dios
como el aire que respira.
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